El derrumbe de las dictaduras

17/Mar/2011

El Observador, Editorial

El derrumbe de las dictaduras

17-3-2011
EDITORIAL Las dictaduras modernas solo sobreviven mientras cuenten con inercia tolerante o hasta cierto apoyo de sus pueblos, el respaldo de la estructura militar y ayuda o benevolencia internacional. Caen cuando estos factores se diluyen, como ocurrió en Egipto y Túnez y va en camino de suceder en Libia (si se logra evitar la masacre del régimen libio sobre su pueblo) y otros países árabes. Los golpes de Estado que se expandieron en Medio Oriente al final del período colonial en el siglo pasado fueron inicialmente aceptados por la mayoría de la población como esperanzado reemplazo de monarquías absolutas, en las que campeaba la corrupción y el favoritismo elitista, en desmedro del bienestar de la gente.
Pero las esperanzas populares de mejores condiciones de vida se fueron disipando gradualmente ante la evidencia de que los nuevos autócratas, pese a su barniz republicano, no eran mejores que sus antecesores monárquicos. El resultado fue la lenta acumulación explosiva de descontento a la espera de la chispa que lo hiciera estallar, a veces después de décadas como en el caso de Hosni Mubarak y Muammar Gadafi. En la actual situación levantina la chispa fueron las protestas callejeras, centradas inicialmente en ciudadanos jóvenes, contra la falta de perspectivas. Se extendieron rápidamente al resto de la población y a otros países de la región, en un efecto dominó contra regímenes despóticos.
Los levantamientos populares generaron a su vez el resquebrajamiento del apoyo militar a sus gobiernos por dos razones. Una han sido focos de descontento en cada estructura militar, especialmente entre oficiales jóvenes y soldados. La otra es el reconocimiento por los jefes superiores de que cuando el repudio popular llega a cierto nivel se torna insostenible seguir respaldando a un gobierno desacreditado y aislado de la realidad. Lo mismo ocurre con el apoyo internacional.
Esta situación no se ha producido aún en otras naciones árabes pese a estar gobernados por monarquías absolutas. El caso más notorio es Arabia Saudita, uno de los países líderes de la región y el mayor productor mundial de petróleo. Pese a la limitación aguda de los derechos humanos, la familia reinante ha tenido la previsión de volcar parte de sus gigantescos ingresos petroleros en obras públicas, educación y oportunidades de trabajo, lo que tiende a acallar la reacción de protesta por la falta de libertades que son básicas en el mundo occidental.
Los países musulmanes del Medio Oriente jamás han conocido la democracia real, excepto por algunos períodos en el Líbano. Esa ignorancia, el respaldo militar a gobiernos autocráticos y la vista gorda de la comunidad internacional indujeron durante mucho tiempo a los pueblos de la región a tolerar la falta de libertades. Pero la tolerancia se ha ido disipando a medida que la revolución tecnológica en las comunicaciones y el consecuente contacto con el mundo democrático despertaron a masas de población a perspectivas que desconocían. Esta reacción es lo que ha derribado o puesto en jaque a dictadores, primer paso alentador hacia la búsqueda de una vida mejor, que incluye el respeto a los derechos humanos de cientos de millones de personas.